Aún no había salido el sol cuando Seph atravesaba los pastos, parte del sendero que recorre desde el bosque hasta el acantilado, el camino no era especialmente largo, una vez allí, reposaba en la misma piedra de siempre, se contentaba en pensar que su cuerpo se había adaptado a la piedra hasta hallar el confort, pues esta no tenía una forma especialmente plana, aunque era la única que había con el tamaño suficiente para servir como butaca. Cruzaba su piernas, cerraba los ojos y se imbuía en un trance hasta que la luz hiciera presencia en su rostro. En ese momento, simplemente se deleitaba con el ruido de las gaviotas, las ondulaciones del mar, las caricias del viento y el propio movimiento del sol dando comienzo al día. Durante años había disfrutado de muchos amaneceres, todos únicos.
Una vez terminaba su ritual, emprendía el camino de vuelta, pero a el día que nos ocupa, de pronto, del cielo cayó un trozo de pergamino que golpeó en su cabeza, al abrirlo rezaba el siguiente mensaje:
"Busca el orbe"
Sin remitente, simple y claro el mensaje caló en él. "Ha llegado la hora" pensó, apresuró el paso, no sin antes preguntarse quien podría haberle enviado ese mensaje, especulando a cada paso sobre el contenido y la procedencia de aquel simple pero trascendental trozo de papel, lo miro una vez más, lo enrolló y guardó en su bolsillo.
Era el último miembro de la Orden de la trascendencia, los custodios del orbe en las guerras del comienzo, guardianes del pergamino único, aunque con el tiempo la Orden se había visto reducida, olvidada, pues muchos miembros abandonaron las creencias, no Seph, lo pensó muchas veces, pero sin darse cuenta el tiempo había transcurrido lo suficiente, decidió que era demasiado viejo para tomar otro camino, había perdido toda vocación y se había retirado al bosque para pasar sus últimos días en un lugar de paz y serenidad.Cuando se encontró en el bosque, contemplo cada detalle, aquel mensaje solo significaba que sin importar el que, debía partir en busca del pergamino, a Nexusburg, custodiado por su viejo amigo Thalor.
El bosque donde residía, era conocido como el Bosque de las Ánimas, lugar donde la concentración de etérea era muy superior, un lugar digno para el último guardián de la orden de la trascendencia.
Mientras avanzaba, los árboles danzaban suavemente gracias a la leve brisa. Lugar de paz y serenidad. El sol se filtraba tímidamente entre los pequeños espacios que compartían las hojas, dando luz a pequeñas flores silvestres que daban color a un reino de verde y marrón cuya extensión no podía determinarse a simple vista. La oscuridad, actuaba de antagonista, un contrapunto que no decepcionaba en su belleza, pues en ella se escondían los secretos del mundo, las tonalidades oscuras, el equilibrio. Se hizo consciente del crujido de las ramas a sus pies, el canto de los pájaros, el aullido de los lobos en la distancia, una perfecta sinfonía compuesta por la propia naturaleza, una hermosa banda sonora, música que no encuentra comparación, una balada perfecta para una despedida.
- "Progrediem" -le susurró a una arboleda.
Justo después de recitar las palabras, donde había un árboles, hubo una cabaña, la puerta se abrió por si sola para dar paso al hechicero.
El interior se componía de una decoración rústica y sencilla. Los techos de vigas oscuras, grandes tragaluz, que permitían entrar toda la luz posible. Los muebles, también de madera, estaban compuestos por una mesa con dos sillas, junto a una silla con reposabrazos donde Seph leía a menudo.No era una persona especialmente materialista, por lo que no tuvo que empaquetar demasiado, una bolsa con las raciones para unos días de travesía, una manta que sirviera de abrigo, unos cuantos libros sobre Etérea y un anillo con la inscripción de la orden que le permitiría ser reconocido como miembro.
Abandonó el que había sido su hogar, dio las gracias, pronunció el conjuro "Retrogrediem" regresando el entorno a su forma natural.
Antes de dar el primer paso sintió miedo, ya no era joven, las aventuras para él ya eran un concepto que le parecía opuesto a la sabiduría que había adquirido a lo largo de su vida, era octogenario. Aún así recordó la importancia de su cometido y no se amilanó, pues aunque puedan parecer conceptos contrarios, reflexionó, en una aventura, la sabiduría es esencial para tomar decisiones y enfrentar los desafíos con astucia y discernimiento. La sabiduría le ayudaría a reconocer los peligros y a evitarlos, a encontrar soluciones a los problemas y adaptarse a los cambios. Esto lo reconfortó.
Dio el primer paso, luego el segundo, avanzó sin mirar atrás mientras un lágrima recorría su mejilla hasta encontrarse con una amplia sonrisa.
- Lo encontraré.